En los procesos de emparejamiento entre donantes y padres que llevan las clínicas, el criterio central es el parecido físico. Como en una cita a ciegas, las clínicas eligen quién va a ser la madre o el padre genético del niño. Se trata de un criterio de selección visual según el criterio o gusto personal de la persona que selecciona. Hay otro criterio que a menudo se olvida. Se trata de la inteligencia o nivel intelectual de los donantes y de los receptores, padres. Generalmente la legislación utiliza la excusa de poder marginar a los padres de la selección por el hecho de que lo habitual que algunos padres no quieran decirles a los hijos que no son hijos naturales suyos y que algunos ni quisieran saber quién son, especialmente en poblaciones pequeñas. Algo muy lejos de la realidad, exceptuando lo de las poblaciones pequeñas.
Por lo tanto se busca el grupo sanguíneo igual al de la madre y padre, y parecido físico relativo, al menos, con la madre y el padre.
Pero hay otra cuestión en la que el niño en estos casos se puede dar cuenta de que algo no cuadra. Imaginemos el caso de un niño tonto y los padres muy listos: el niño puede pensar que es un incapacitado que no entiende cuando simplemente hay una diferencia sustancial en el nivel intelectual. Y, ¿qué ocurre si un niño es inteligente y sus padres no lo son tanto, por decirlo de alguna manera? Pues este niño se puede desaprovechar entre otras cosas y pensar que sus padres son tontos perdidos cuando, en realidad, sólo es una cuestión de nivel intelectual. No existe en los procesos de donación un análisis científico de la inteligencia de los donantes de cara a emparejarlos con el nivel intelectual de los receptores. Y aunque el único criterio científico que hay no es totalmente objetivo, es el único que hay hasta ahora. Se trata de los test de inteligencia para medir el cociente intelectual. Lo suyo sería que en las clínicas o agencias que se dediquen a conseguir donantes no solamente hicieran, si se da el caso, unos test psicológicos sino también unos test de inteligencia. Y no sólo uno sino una batería de ellos para que quede claro cuál es exactamente la medición que dan. Esto no les iba a resultar caro porque las clínicas o las agencias que se dedican a conseguir donantes, al tener muchos, pueden negociar un precio más bajo con el psicólogo. De esta manera se tiene un dato objetivo más y los donantes se llevan de regalo el resultado de las mediciones de su nivel intelectual con un certificado cuyo precio ya sido incluido en el presupuesto que van a pagar los receptores, los padres. Incluso es de suponer que cualquier padre quiere que sus hijos tengan un nivel intelectual parecido o quizás un poco superior pero. Pero no necesariamente tan superior. Hay gente no muy inteligente que puede pensar que la gente inteligente es demasiado inteligente: que no es necesario tanto. Por lo tanto que quieran un hijo que tampoco sea muy inteligente, que sea como ellos. Y la gente que se supone que es muy inteligente tampoco tiene por qué necesitar ni querer un niño que sea un Einstein. Con que sea inteligente y sepa solucionar los problemas puede que ya le valga. O no?. Pues bueno, esto en el caso de que la cosa fuera como actualmente es la ley. Porque lo suyo sería que cada padre decidiera cuál es el nivel intelectual que quieren tener sus hijos.
Incluso dado que los test de inteligencia no son la prueba definitiva que analice algo que todavía no está muy claro qué es: la inteligencia. Y que pudieran comprobarlo llegando a poder entrevistarse, si así quiere el donante (porque no quiere ser anónimo), con el donante para valorar exactamente esos resultados de los test de inteligencias.
Vamos, que no es tan difícil.